El primer año del tercer mandato de Lula

Por Ignacio Pirotta.

Imagen: Ricardo Stuckert;

El primer año del tercer mandato de Lula da Silva estuvo marcado por resultados económicos moderadamente buenos, una relación difícil con el Congreso -pero que no le impidió pasar legislación relevante- y una sociedad que aún da señales de una fuerte polarización. El punto más destacable es que hasta ahora Lula III le torció el brazo a los malos pronósticos del mercado, que proyectaban apenas un crecimiento de 0,75% para 2024 cuando finalmente se espera que sea de 2,94%.

Esto nos lleva a una primera cuestión. Es insoslayable el sesgo del mercado, el prejuicio para con Lula y el Partido de los Trabajadores. Desde la consumación del juicio político contra Dilma Rousseff, en 2016, el mercado proyectó año tras año crecimientos optimistas del PBI que nunca se concretaron. Con el Partido de los Trabajadores de nuevo en el poder, la historia fue la inversa: proyecciones pesimistas ampliamente superadas por los datos reales.

Lula tiene buenos índices de precios para mostrar en este primer año. La canasta básica cayó en todas las regiones del país y el valor de los alimentos en general se retrajo un 0,8%. En contraste, la inflación fue uno de los puntos criticados de la gestión de Bolsonaro, que vio, a la par de lo que sucedía en el mundo después de la pandemia, una suba generalizada de precios y particularmente de alimentos. De ahí que uno de los principales logros mostrados en el primer año de Lula III son los precios. Así, el presidente brasileño refuerza uno de los ejes históricos de su liderazgo, como es la mejora de las condiciones de vida de los más pobres.

Hay que decir que, quitando la inflación, el resto de las variables económicas ya había comenzado a mostrar mejoras con Jair Bolsonaro, sobre todo en 2022. Ya con el expresidente el desempleo había caído, aunque con poca generación de trabajo registrado; y el PBI había vuelto a crecer de manera genuina después del rebote de 2021. En 2022, último año de Bolsonaro, el crecimiento fue de 2,9%.

Brasil pasó por una recesión entre 2015 y 2016. Luego, 2017, 2018, 2019 fueron años de estancamiento; 2020 de caída por la pandemia; 2021, rebote y; 2022 de vuelta al crecimiento. Por eso, el dato es que fue con Bolsonaro que Brasil comenzó la recuperación económica después de la crisis iniciada en 2013. También hay que decir que el crecimiento vino recién cuando desde el Gobierno, y en busca de la reelección, abrieron la canilla del gasto público.

Ahora con Lula, Brasil vuelve a crecer casi un 3%. El desempleo cayó al 7,5% en noviembre, el nivel más bajo  desde 2015. Se generaron 2 millones de nuevos puestos de trabajo en el año, alcanzando la cifra de 100.500.000 personas ocupadas. La inflación cayó al 4,72%, según datos preliminares, cuando con Bolsonaro venía del 5,9% en 2022.

La cuestión de los números de la economía no pueden escindirse de un nombre: Fernando Haddad. El hoy Ministro de Economía (fue ministro de Educación entre 2005 y 2012, intendente de San Pablo entre 2013 y 2017 y candidato a la presidencia en 2018) fue consultado respecto a la sucesión de Lula en 2026 en una entrevista reciente del diario O Globo. Haddad manifestó que el actual presidente es consenso para el 26, pero que el partido debe plantearse la cuestión de la sucesión. De seguir un buen desempeño económico, Haddad es candidato natural.

Pero el ministro tiene abierto el frente interno. El Partido de los Trabajadores, con su presidenta, Gleisi Hoffman, a la cabeza, lanzó una propuesta de un comunicado en diciembre pasado en el que denunció un “austericidio” y una “dictadura del Banco Central” (por el mantenimiento de altas tasas de interés). Haddad salió a defender la disciplina fiscal y respondió que el déficit no necesariamente genera más crecimiento. “Pensamos de manera diferente”.

Una de las victorias más importantes del año para Lula (y también para Haddad) fue la aprobación de la histórica reforma tributaria. Desde el regreso de la democracia en 1985, gobierno tras gobierno se ha planteado la necesidad de una reforma que simplifique el intrincado sistema tributario brasileño, pero gestión tras gestión ese intento fracasó. Lula lo logró. Y por eso es una reforma histórica. Además de simplificar la tributación creando el IVA a partir de la unificación de cinco impuestos diferentes, la reforma incluyó carga para bienes de lujo que no pagaban impuestos. No obstante, se espera una segunda etapa de la reforma, que incluirá una modificación del impuesto de renta para que paguen más los más ricos.

Reforma de lado, la relación con el Congreso no fue excelente. Incluso Lula III tuvo uno de los peores índices de aprobación de proyectos enviados por el Ejecutivo. Ha sido determinante en eso el crecimiento del poder del Congreso en los últimos largos años, desde el segundo mandato de Dilma hasta Bolsonaro.

Para maniobrar en el siempre fragmentado congreso brasileño, Lula tuvo que negociar fuertemente con las enmiendas parlamentarias, recursos financieros de que dispone el Ejecutivo. Dentro del Congreso se destaca el grupo de partidos conocido como Centrão. Esos partidos fueron parte de la base parlamentaria de Bolsonaro, pero anteriormente también de Lula y Dilma. A mediados de este año, el bloque ganó dos ministerios. La voracidad del Centrão, alimentada con cargos y enmiendas, es otro de los puntos criticados desde el seno del PT.

La decisión de Lula de no confrontar con el Centrão ya había sido puesta de manifiesto a inicios de febrero, con la elección de las autoridades del Congreso, y en donde el gobierno decidió apoyar la continuidad de Arthur Lira y Rodrigo Pacheco al frente de Diputados y Senado, respectivamente. Esa decisión evitó una prematura crisis de gobernabilidad, pero también limitó el manejo de la agenda parlamentaria.

En el Congreso, el bolsonarismo es una fuerza bastante aislada. El problema de la polarización en Brasil pasa más por el plano social. Hoy parece estar a años luz un escenario en el que Lula pueda tener una imagen positiva arriba del 80%, incluso si tuviese los mejores resultados posibles de gestión. Una encuesta de la consultora Quaest, de diciembre pasado, muestra que para el 45% el país está en la dirección correcta, mientras que para un 43%, no. Más de una década después de sus primeros gobiernos, Lula encuentra una opinión pública con bloques mucho más rígidos.

Por último, el plano internacional. Lula viajó fuera de Brasil en 15 oportunidades, intentando volver a tener el protagonismo internacional que supo tener durante su segunda presidencia. No obstante, los conflictos bélicos más recientes también muestran un mundo más dividido que aquel que supo habitar en los tempranos 2000. Un activo de Lula III en el plano internacional es la política medioambiental, de la mano de una fuerte caída en la deforestación de la Amazonas (aunque hay un incremento en la sabana del cerrado, al Centro-Oeste del país) y, de manera general, el contraste del aislamiento de la era Bolsonaro. En 2025, Brasil será la sede de la COP30, la cumbre sobre medio ambiente más importante del globo.

2024 viene con elecciones municipales en octubre. Estas elecciones suelen ser un espejo bastante distorsionado de lo que ocurre en el plano nacional. Pero algo de reflejo de las corrientes de opinión acerca de lo nacional suelen tener. En 2016, por ejemplo, el Partido de los Trabajadores hizo una de las peores elecciones de su historia. En 2020, Bolsonaro tuvo serias dificultades para imponer candidatos, aunque se mantuvo mayormente al margen de las municipales.

Este será un año clave para la consolidación o no del liderazgo presidencial de Lula. Asoma como una de las cuestiones centrales el mantenimiento o no de tasas de interés muy por arriba de la inflación. Desde dentro del PT acusan al presidente del Banco Central, Campos Neto, de ser bolsonarista (de hecho, tuvo manifestaciones públicas en favor del expresidente), en tanto Haddad intenta poner paños fríos. Lula III tiene, como sus anteriores versiones, una tensión hacia adentro del partido entre el pragmatismo negociador de Lula, que no hesita en abrazar la ortodoxia económica, y el ala más ideológica del partido.

El politólogo André Singer describe, al finalizar el segundo mandato de Lula (2011), que el Partido de los Trabajadores tenía dos almas: una más radical y acorde con su programa original, y otra más ortodoxa, nacida con la Carta al Pueblo Brasileño, en la que el exlíder sindical llevó tranquilidad al mercado y las elites brasileñas. En esa tensión interna y los resultados económicos y sociales que pueda mostrar, se encuentran las claves del éxito o no del liderazgo presidencial de Lula III.

*La nota fue publicada originalmente en elagrario.com


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